Dos espléndidos conciertos en uno
El arte de la fuga | 12 mayo 2017
La Filarmónica. Madrid. Auditorio Nacional. 10-V-2017. 19:30 horas. Carlos Mena, contratenor. Forma Antiqva. Aarón Zapico, dirección. Música de G.F. Haendel, G.Ph. Telemann, H. Purcell, A. Vivaldi, G.F. Sances y T.L de Victoria
JAVIER SARRÍA PUEYO / Resultó llamativo el programa que el miércoles nos ofreció La Filarmónica en la sala sinfónica del Auditorio Nacional. La primera parte estuvo destinada a mostrarnos las magníficas cualidades orquestales de Forma Antiqva, en una formación al completo, como pocas veces puede disfrutarse en el repertorio barroco. La segunda, en cambio, tuvo como protagonista al siempre excelente Carlos Mena en una selección variopinta, aunque exquisita. La primera parte estuvo presidida por la exuberancia sonora y la extraversión; la segunda por la expresión intimista y hasta sombría. No muy coherente, pero todo muy bello e interesante.
Comenzó el concierto con una rutilante lectura de la Música para los Reales Fuegos Artificiales de Haendel. Aarón Zapico logró unas cuidadísimas dinámicas, con constante empleo de la messa di voce. El sentido rítmico, el festín sonoro, la precisión en los ataques, el expresivo fraseo, la voluptuosidad, todo condujo a lograr una obertura grandiosa y emocionante, con una cuerda pulsada efectiva y presente. En La Paix las trompas rindieron estupendamente, con buena afinación, y la cuerda se comportó de manera espléndida, muy lírica y pastoral, con una elegante guitarra a cargo de Pablo Zapico. En La Réjouissance las cuerdas contribuyeron notablemente en sus pasajes con estupendos golpes de arco que contribuyeron a reforzar el sentido militar. Sólo puede reprocharse la inexplicable ausencia de pasajes para los oboes sin la cuerda. Los minuetos, finalmente, se beneficiaron nuevamente de un genial sentido rítmico. Se echó en falta la presencia al menos de un fagot y algún violonchelo más, que habrían contribuido a reforzar unos graves poco presentes. La tónica descrita continuó con la suite popurrí de Purcell, Telemann y Haendel: muy buenos minuetos de los dos últimos, donde los Zapico se tomaron algunas licencias, como en el de la Suite en sol de Haendel, hecho con flauta dulce, las cuerdas pulsadas y los bajos en pizzicato. Quedó muy bonito.
En la segunda parte pudimos disfrutar del elevado arte canoro de Carlos Mena, ese grandísimo profesional. Su voz de gran redondez, su elegantísimo fraseo, su arte expresivo y, al tiempo, contenido, su impecable técnica y su espléndido volumen contribuyeron al completo disfrute de las piezas escogidas. Magnífico fue su Stabat Mater vivaldiano, con un Eia Mater de quitar el sentido. Un soberbio concierto para cuerda del prete rosso sirvió de telón para pasar a la última sección. Mientras aquél iba concluyendo, los músicos fueron abandonando el escenario, quedando solos los continuistas. Tras una improvisación sobre un tema de Kapsberger estupendamente hecha por los tres Zapico, llegó el espléndido Pianto della Madonna de Sances, un repertorio que Mena domina desde siempre, donde dio una lección de expresividad seicentesca, bellamente acompañado por el continuo. En una performance de gran efectividad, fueron saliendo de uno en uno Aaarón Zapico, Ruth Verona y Daniel Zapico, quedando Carlos Mena y Pablo Zapico, quienes hicieron esa maravilla que es el motete Ne timeas Maria de Tomás Luis de Victoria, donde brilló con mayor intensidad el arte de ambos músicos, finalizando en total soledad el cantante con un alarde de fiato, una larga fiase en pianísimo, que dejó al auditorio sin aliento. Un concierto precioso y, si se me permite decirlo, muy resultón.
Javier Sarría
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