Concerto Zapico en El Escorial: tañed, tañed, malditos
Bachtrack | 4 agosto 2015
Aunque el programa que pusieron en marcha los hermanos Zapico ya lleva sobre los escenarios varios años, sigue llamando la atención su capacidad para la sorpresa. En realidad, en el Fandango Concerto Zapico todo juega en contra del concepto tradicional del espectáculo: no hay apenas sentido del contraste tímbrico, no hay excesivas inflexiones en el repertorio y los instrumentistas no varían. Pero, por suerte, la música no es inferencia estadística y habita las más de las veces en rincones inesperados. Al estilo del Concerto Caccini o de las veladas familiares organizadas por la familia Sainte-Colombe, Forma Antiqva parece dejarnos observar por la mirilla última de la cabaña o por la hendijas de la madera del desván donde más que ensayar, ritualizan una manera de hacer música mucho más abierta e impredecible que lo que marcan las partituras o los cánones interpretativos.
Dentro del marco del Festival de Verano de El Escorial, Concerto Zapico presentó un concierto que se ajustaba con algunos cambios e incorporaciones al disco publicado en 2011, es decir, a esa serie de adaptaciones para una formación inédita (tiorba, clave y guitarra barroca) con piezas del repertorio español e italiano de corte eminentemente barroco. Más allá del virtuosismo de las versiones o la incontestable presencia rítmica de las danzas, lo que se pudo ver es una especie de jam session de otra época, con la enorme capacidad que tiene Forma Antiqva de reinventarse a sí misma y de aceptar el riesgo como parte del trabajo de un músico.
En realidad, ese riesgo y esa polivalencia estaban mucho más normalizados en los intérpretes de cuerda pulsada del XVI en adelante. Su riqueza radicaba en su versatilidad, puesto que disponían de un repertorio solista bien desarrollado y una tradición importante como continuistas, preferidos por muchos compositores por la riqueza polifónica y tímbrica evocadora del instrumento. A todo esto se sumaba el mercado incipiente de las adaptaciones y transcripciones en el ámbito doméstico de muy reciente implantación. Estas tres vertientes son respetadas y trabajadas por los hermanos Zapico, que son solistas, que son acompañantes, que transcriben y adaptan, que improvisan, y cuyos papeles se van intercambiando durante todo el concierto sin pretensiones de liderazgo.
Parte del truco del programa radicaba, claro, en el virtuosismo, que siempre es un reclamo para el oyente (llamativa la perfección de Daniel Zapico a la tiorba en Kapsperger), pero tal vez la forma de embaucar de la formación vaya un punto más lejos: convierten todas las músicas con un ostinato rítmico en pièces de caractère, en una demostración dual de personalidades (la del compositor y la del intérprete) enmarcada dentro de un fandago, una passacaglia o una folía. Se hace de la música juego, y no hay mejor manera de tomársela en serio.
Más allá de las piezas más danzables, había bellezas escondidas que no estaban en principio en el programa como Faborita de Francisco Tejada o Los impossibles de Santiago de Murcia, aportaciones mucho menos conocidas que el Fandango de Scarlatti pero que se agradecen muy especialmente por cuanto tienen de apertura a otras selvas de repertorio menos transitadas. Como delicioso bis escuchamos una adaptación íntima y recogida del aria de Don Giovanni "Deh vieni alla finestra", sin añoranza de voz alguna y sin que el salto temporal o la originalidad de su propuesta rompieran ninguna costura.
Muy buena acogida por parte del público, que si bien no era muy numeroso, sí bastante entregado a este lujo con alma de jardín escondido que es el mundo de la cuerda pulsada y sus afectos.
Mario Muñoz
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