ENTREVISTA Aarón Zapico «La cultura ya estaba impactada antes del covid, hay que resetear el sistema»
«Para mí la música es muy física, es de mirarse y abrazarse al final de los conciertos; la falta de ese contacto humano se hace dura»
24 agosto 2020
El pasado 16 de marzo, Aarón Zapico debía estar metido en un avión volando hacia Tokio para dar tres conciertos en Japón. Una pandemia se interpuso en sus planes. Aquellos conciertos se cancelaron, como anticipo de otros posteriores que también hubo que suspender. El pasado 31 de julio, después de cinco meses lejos de los escenarios, “Forma Antiqva” –la formación que dirige Zapico y de la que forman parte sus hermanos Pablo y Daniel– volvía a dar un concierto. Fue para estrenar en el teatro de El Escorial el espectáculo “La Caramba”, sobre la figura de la tonadillera del siglo XVIII María Antonia Vallejo Fernández.
–¿Por qué “La Caramba” para volver?
–Todo esto surgió hace prácticamente un año, cuando Juan Carlos Garbayo, director del festival “Música Sur” de Motril me llamó para encargarme un programa alrededor de María Antonia Vallejo “La Caramba”. Ya me sonaba porque había hecho alguna tonadilla relacionada con ella, pero viendo el entusiasmo que puso Juan Carlos me puse a investigar y llegué a la conclusión de que fue una mujer fascinante, una “influencer” del siglo XVIII en toda regla. Recogí el guante con mucho entusiasmo y nos pusimos a encargar la transcripción de tonadillas que se supiera fehacientemente que habían sido interpretadas por ella. Y a construir un espectáculo para dar una visión lo más próxima posible al mundo de “La Caramba”. En todo lo que era su comportamiento en el escenario, su relación con el público y los compositores... También me puse en contacto con Pablo Viar, que fue el director de escena en El Escorial, para recrear todos esos escritos que nos retratan a “La Caramba”. Solo por pasear por el paseo de El Prado con una sombrilla, por sus atuendos extravagantes ejercía una influencia definitiva sobre la sociedad del XVIII.
–Se refieren a ella como la “Rosalía del siglo XVIII”
–Pues sí. Y si lo llevo a mi época, lo que fue Jennifer Aniston, la actriz de “Friends”, que cuando cambiaba el corte de pelo creaba tendencia. Rosalía no deja de ser también una tonadillera, aunque sea de funky, hiphop y géneros modernos. Y esos atuendos extravagantes también tienen su reflejo en “La Caramba”.
–Llevó una vida intensa, ¿qué faceta destacaría?
–Da para una película de Hollywood. Alcanzó la fama con treinta y pocos años y sin redes sociales como hoy. Su impacto fue digno de admiración. Fue empresaria, una adelantada a su tiempo que cuidaba de su dinero y del de sus trabajadores, a nivel de inversiones y sueldos. Nunca se dejó someter por el matrimonio, por ser la “mujer de”. Fue tremendamente moderna, feminista y emprendedora. Y justo en la cima de su carrera, se retira. Toma el hábito y se va a un monasterio. Y a los pocos meses fallece.
–¿Se aleja en este espectáculo de su repertorio habitual?
–Es un repertorio muy afín a nosotros en lo que es el estilo y la época. Ya habíamos hecho un proyecto importante sobre las tonadillas de otros autores y era un repertorio en el que nos sabíamos desenvolver. La tonadilla era algo muy español y, siguiendo un poco las comparaciones con lo moderno, era el “Facebook” del siglo XVIII. Los textos son los dimes y diretes de la Corte, las críticas al Gobierno y a la Corona, la carnicería verbal de aquellos años.
–¿Cómo fue la colaboración con María Hinojosa?
–A María la conocemos desde hace muchísimos años, lo que pasa es que, por circunstancias artísticas o de producción, no acabábamos de coincidir. Teníamos muchas ganas y al final, cuando nos encontramos con esto, pensamos en ella como un modelo muy aproximado de lo que podía ser ese animal escénico que era “La Caramba”. Estamos muy satisfechos y el futuro se presenta con un proyecto de disco y más representaciones.
–¿Es una espina clavada no haber podido estrenar en Asturias?
–Tampoco quiero que parezca que nos estamos quejando siempre. En Asturias nos sentimos muy queridos por el público y todos los estamentos. Sí que es cierto que durante la pandemia escribimos a varias administraciones a ver qué se podía hacer, ofreciéndonos un poco a retomar la actividad. No fue posible, pero yo estoy seguro de que habrá sido por causas entendibles. Pero sí te da rabia no haber podido traer aquí un proyecto innovador, que era un estreno mundial, del que se están haciendo eco revistas de toda Europa. Pero sin más. No es una acusación ni nada de eso. Yo me siento muy asturiano y muy de la cuenca, y cuando puedo aportar algo intento que salga aquí. A veces funciona y a veces no.
–¿Fue un estreno extraño por las medidas postcovid?
–Fue muy emocionante. El espectáculo comienza a telón bajado, que es algo bastante inusual con la música clásica. Aparecimos todos con mascarilla, no porque nos obligase nadie, sino como ejemplo cívico. A pesar de la tremenda incomodidad que es tocar con ella. Yo leí un texto donde explicaba cómo había sido la pandemia para el mundo artístico, con un recuerdo especial para la gente que ya no está con nosotros. La sala es para 1.500 personas y estaba lleno el tercio que correspondía para limitar el aforo. Para mí la música es muy física, es de mirarse y abrazarse al final de los conciertos. Y la falta de ese contacto humano se hace dura.
–¿Cómo llevó el confinamiento un músico?
–Desde el primer día me propuse no dejar de trabajar. Un día cinco horas, otro una. Lo que fuese. Quería seguir con esa disciplina porque veía que, si paraba, iba a ser muy duro anímicamente. Al principio ves cómo se van cayendo los conciertos; primero los más inmediatos y después los más lejanos. Tenía una lista en el ordenador en la que iba tachando las fechas que se caían. Las primeras semanas se hizo duro, pero después va pasando el tiempo, ves que tu familia está bien de salud y vas sobreviviendo, intentando adaptarte y entretener a tus hijas. Creo que a todos nos pasó un poco lo mismo. Ahora el futuro también está un poco en arenas movedizas, pero sigo trabajando con la misma intensidad esperando que esto pase.
–¿Le pedían los vecinos que arrimara el piano al balcón?
–Mis vecinos ya están un poco cansados de escucharme tocar y canturrear. Imagino que la pandemia habrá sido un descanso para ellos, por no escucharme tocar con la misma intensidad (Risas). Las redes se saturaron muy rápido de muy buenas iniciativas y yo lo que pude aportar fue un consultorio sobre dudas o vídeos de canciones populares con mis hijas. Algo muy informal.
–¿Cómo ha sido el impacto para la cultura?
–El impacto para la cultura hay que valorarlo desde la óptica de que la cultura ya estaba impactada, al menos en la parte de la música clásica. Porque no hay un mecenazgo privado claro, existe una colonización de artistas extranjeros brutal y porque hay una cantidad de dinero que se pierde en intermediarios fascinante. Merecería la pena pararse, reflexionar y resetear el sistema. Deberíamos pensar en la cultura como motor de desarrollo, como foco de inversión, como industria cultural y, sobre todo, como marca. Llevo veinte años reclamando un lugar para la cultura en Asturias y no solo como evento sino como un elemento de exportación.
–¿De qué forma?
–En el caso de Langreo, por ejemplo, lo tenemos muy fácil para sobresalir y ser un referente en el mundo. Tenemos un patrimonio industrial trascendental, al que podía unirse la tradición musical que existe en el Valle con el Conservatorio o los coros. Puede funcionar si se hace de forma profesional. Yo presenté un proyecto de un festival ecléctico en el pozo San Luis, en el que hubiera desde conciertos de música barroca en la bocamina hasta peleas de gallos de raperos en la casa de aseos. Una forma de conjugar ese patrimonio industrial y esa tradición musical. No invento nada. Es algo que se está haciendo con éxito en otros sitios como Inglaterra. Tenemos un patrimonio que está desaprovechado, de la misma forma que hay artistas desaprovechados. Hay que buscar algo que nos eleve de alguna manera. En Langreo no vamos a sobresalir haciendo fabada. Hay que buscar algo que nos haga diferentes, únicos, parar atraer gente de otros sitios.
Miguel A. Gutiérrez
Enlaces
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