Esplendor de los elementos desencadenados
Periodista digital | 13 abril 2018
Pocas veces un espectáculo musical de cámara alcanza tal perfección, tal belleza y tal nivel artístico como este 'Los Elementos', dentro del ciclo Teatro Musical de Cámara de la Fundación Juan March, que es una de las grandes aportaciones a la vida cultural madrileña de la última década. Una revelación extraordinaria del suntuoso mundo del barroco musical hispano, ajustada al canon de la época: reparto exclusivamente femenino y orquesta de dimensiones reducidas.
Todo está exquisitamente diseñado a escala íntima en este gran trabajo de Tomás Muñoz, una dirección de escena no por sutil menos concisa, de tanta precisión como la que exigen los grandes teatros, pero con esa calidad depurada que se destila en los ámbitos recoletos, en este ambiente del salón de actos de la Fundación donde uno puede soñar estar en el palacio de la duquesa de medina de las Torres allá por 1705.
'Los elementos' de Antonio de Literes (1673-1747) fue compuesta en honor de ella y es un ejemplo paradigmático de ópera de cámara del barroco español tan infrecuente hoy en nuestros escenarios. Una narración mitológica que transmitía en su época unos significados bastante explíticos a través de sus alegorías: la lucha del sol para imponerse sobre la noche simbolizaba el triunfo del orden natural en el cosmos, pero también en la organización social de la época; en aquel momento, la luz que Felipe V de Borbón traería frente al archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión que entonces se libraba en España. Confluyen en ella la mejor tradición del verso hispano con las novedades italianas de la música, materializadas en el uso de violines y la alternancia de recitativos y arias. Estos rasgos estilísticos se entendían entonces como sinónimo de modernidad. Los cuatro elementos alegan cada uno su valía destacada para sustituir al astro rey, pero cuando la Aurora le precede y el Tiempo impone al Sol de nuevo como cada día, todo vuelve al orden universal instaurado.
Estamos ante una coproducción excepcionalmente generosa para ópera 'de bolsillo', que podía subirse al escenario en simple versión estática de concierto, pero que -como tiene a gala este ciclo- ha sido escenificada con cuidadosa atención. Una preciosa escenografía sitúa a los músicos a ambos lados de la pantalla en la que un firmamento vivo e inspirado sirve de telón de fondo a la plataforma giratoria que para combatir la esencia narrativa de la pieza, su falta absoluta de trama y acción, ayudará al continuo devenir de la expresión corporal de los intérpretes buscando dotar de movimiento y de coreografía lo que nació inmutable.
Lo consiguen durante la mayor parte de la representación, aunque a pesar del esfuerzo, el movimiento escénico resulte un tanto repetitivo, lo que sería uno de los pocos aspectos de este espectáculo en los que se puede vislumbrar mejora. ¿A qué coste, introduciendo quizás más efectos especiales, otros acompañantes, movimientos colaterales?... No, no es nada fácil. Y es que los cuatro elementos -nombrémoslos ya, Tierra, Aire, Agua y Fuego- gozan de tan cuidada presencia, de un vestuario, maquillaje, peluquería y atrezo tan apabullante y completo, que con ondular suavemente un brazo, ya atraen a los espectadores. Iluminación y sonido colaboran a la perfección del conjunto. Una producción de matrícula de honor realizada sin mácula.
La arriesgada aportación masculina corre a cargo del bailarín Rafael Rivero, que debe con sus movimientos viriles subyugar a los elementos femeninos y hacer que los cuatro le rindan completa pleitesía, un planteamiento de concepto y de forma difícil de solucionar tan airosamente como él lo consigue.
La dirección musical de Aarón Zapico es impecable. La actuación de la orquesta barroca Forma Antiqva de alto nivel, y el engarce orquestal y vocal sin fallo alguno que pudiéramos detectar. Gran actuación vocal y actoral de las seis cantantes, con la mezzo Marifé Nogales en el podio vocal y la soprano Eugenia Boix en el estrado actoral, en la expresión y los ademanes tan cuidadamente sugerentes, tan espotáneamente medidos. Pero sería injusto no colocar por encima de las individualidades la armonía colectiva, la altura de un trabajo conjunto que, como pocas veces puede ocurrir, ofrece un surtido tan bonito de voces femeninas, un muestrario de mujeres elegantes y distinguidas a la antigua y sempiterna usanza que por sí sólo, podría borrar la gran ofensiva de feminismo masculinizante y de igualitarismo cercenador que viven los tiempos.
La calidad de la propuesta -¡gratuita!- que este miércoles despertó las delicias de un público afortunado, recibió justo homenaje final de los asistentes. Ello no obsta para que mencionemos algunos destacados precedentes como la grabación de esta ópera en 1994 por Carles Magraner y su Capella de Ministrers y su reedición hace unos años; la de Eduardo López Banzo con Al Ayre Español en 1998 (accesible en Spotify). Y la representación en vivo hace un año en la New York City Opera, con dirección musical de Pacien Mazzagatti y dirección de escena de Richard Stafford.
Esta ópera de esencia musical española florecida de aires italianizantes; de argumento tan sugerente, tan original y tan moderno conceptualmente; y de texto tan soberbio, resulta absolutamente actual, ejemplarizante de un bucle histórico y cultural que se nos intuye, en el que el Barroco lleva tiempo emergiendo como complemento inspirador para superar los callejones sin salida en los que todos los artes se hayan hoy inmersos.
Hace tiempo que reclamamos para la Fundación Juan March los máximos galardones culturales por su excepcional aportación de las últimas décadas. Insistimos en ello. Y mencionaremos finalmente al responsable del departamento musical de la Fundación, Miguel Ángel Marín, que no poco mérito también merece.
José Catalán Deus
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